lunes, 28 de mayo de 2012

CON LA AUTORIDAD
QUE TENEMOS
EN CRISTO JESUS
Y SU PALABRA,
NOS LEVANTAMOS
EN ESTA HORA
Y DECLARAMOS QUE
NUESTRA FAMILIA,
NUESTROS HIJOS,
NUESTROS HOGARES
ENTRAN
EN LA HORA NOVENA,
TIEMPO DE VISITACION
DE LA LUZ DE CRISTO.

1- Declaro que mis hijos, mi familia, habita bajo la luz de Cristo, las tinieblas que el enemigo trajo sobre mi familia, para destruirla, para alejarnos del propósito de Dios, a partir de este día cesan, son derribadas, destruidas y alejadas en el nombre de Cristo Jesús.

2-Declaro que mis hijos caminaran en luz, no estarán muertos en el pecado, la maldad, en vicios. Me levanto a declarar que mis hijos reciben la mente de Cristo, la vida de Dios; en Su luz ellos verán la luz.

3- Declaro que en este tiempo de visitación en mi hogar y sobre mi familia es restituida la paz, Jesús ha venido a mi hogar para encaminarnos por caminos de Shalom, falta de nada. Tranquilidad, renuevo, bendición, salud y vida abundante.

4- Declaro y profetizo en el nombre de Cristo Jesús que un nuevo día de victoria empieza a partir de hoy sobre mis hijos y mi familia, días cual nunca había visto, en donde mi hogar se levanta y resplandece a causa de la luz de Cristo y la visitación de la Gloria de nuestro Señor. Nunca más se oirá en mi tierra violencia, ni destrucción, ni quebrantamiento. Sino que entro en temporadas de cumplimiento de lo que Dios me ha prometido por Su Palabra.

5- Declaro que todo velo espiritual que ha nublado la visión y que le ha impedido a mis hijos ver el propósito, la obra, las promesas y el destino profético que Dios tiene para ellos, hoy se rompe por la visitación de Cristo en sus vidas. Mis hijos se levantan para alcanzar y a arrebatar las promesas en el nombre de Cristo Jesús.

6- Declaro que todo obstáculo, toda barrera, toda fortaleza que el enemigo, las circunstancias, el dolor y el fracaso trajeron, y que ha impedido que se manifieste la bendición de Dios; el cumplimiento de promesas, que puertas de oportunidades se abran, que prosperidad llegue a mi vida, son retiradas ahora en el Nombre de Jesús de mi camino. Los muros caen, las fortalezas satánicas se derrumban y profetizo que Jehová de los ejércitos va delante de mi, de familia y de mis hijos como poderoso gigante abriendo camino aún donde no hay.

7- Declaro que la luz de Cristo trae salvación, mis hijos conocerán al Señor, vivirán apasionados por su presencia, llamaré salvación a los muros de mi hogar. Me apropio de la libertad completa y permanente que logró Jesús en la cruz, por su sangre somos libres. Consumado es y nada ni nadie podrá cambiar esta verdad espiritual AMÉN!!!.

domingo, 13 de mayo de 2012

ACTIVIDADES ESPECIALES

A finales del mes de marzo y hasta el principio del mes de mayo 2012, hemos venido realizando actividades especiales dentro y fuera de la iglesia a fin de motivar a la congregación a construir una vida sana, santa y exitosa. Se dio inicio con el bautizo del joven Antonio Maldonado Pu, luego se exibio una película con motivo de celebrar el Día de la Madre y se culminó con un bendecido servicio el sabado 12 de mayo y en la prédica el pastor Nicolás Vásquez.

Esperamos que los hermanos se animen y se motiven para servir a Cristo, cambiar de modo de pensar y reflejar actitudes más positivas que afecten todo su entorno y transformen sus vidas con el poder de la palabra de Dios.

Se celebró un Bautizo, El Día de la Madres y finalmente el sábado 12 del 2012 se  celebró un bendecido servicio de Acción de Gracias, en resumidas cuentas tuvimos mucho éxito gracias a Dios.

ESTAMOS EN VICTORIA

miércoles, 12 de octubre de 2011

EL ORIGEN DEL MAL Y EL DOLOR

Para muchos el origen del pecado y el por qué de su existencia es causa de gran perplejidad. Ven la obra del mal con sus terribles resultados de dolor y desolación, y se preguntan cómo puede existir todo eso bajo la soberanía de aquel cuya sabiduría, poder y amor son infinitos. Es esto un misterio que no pueden explicarse. Y su incertidumbre y sus dudas los dejan ciegos ante las verdades plenamente reveladas en la palabra de Dios y esenciales para la salvación. Hay quienes, en sus investigaciones acerca de la existencia del pecado, tratan de inquirir lo que Dios nunca reveló; de aquí que no encuentren solución a sus dificultades; y los que son dominados por una disposición a la duda y a la cavilación lo aducen como disculpa para rechazar las palabras de la santa Escritura. Otros, sin embargo, no se pueden dar cuenta satisfactoria del gran problema del mal, debido a la circunstancia de que la tradición y las falsas interpretaciones han obscurecido las enseñanzas de la biblia referentes al carácter de Dios, la naturaleza de su gobierno y los principios de su actitud hacia el pecado.

Es imposible explicar el origen del pecado y dar razón de su existencia. Sin embargo, se puede comprender suficientemente lo que atañe al origen y a la disposición final del pecado, para hacer enteramente manifiesta la justicia y benevolencia de Dios en su modo de proceder contra todo mal. Nada se enseña con mayor claridad en las sagradas escrituras que el hecho de que Dios no fue en nada responsable de la introducción del pecado en el mundo, y de que no hubo retención arbitraria de la gracia de Dios, ni error alguno en el gobierno divino que dieran lugar a la rebelión. El pecado es un intruso, y no hay razón que pueda explicar su presencia. Es algo misterioso e inexplicable; excusarlo equivaldría a defenderlo. Si se pudiera encontrar alguna excusa en su favor o señalar la causa de su existencia, dejaría de ser pecado. La única definición del pecado es la que da la palabra de Dios: "el pecado es transgresión de la ley;" es la manifestación exterior de un principio en pugna con la gran ley de amor que es el fundamento del gobierno divino.

Antes de la aparición del pecado había paz y gozo en todo el universo. Todo guardaba perfecta armonía con la voluntad del creador. El amor a Dios estaba por encima de todo, y el amor de unos a otros era imparcial. Cristo el verbo, el unigénito de Dios, era uno con el padre eterno: uno en naturaleza, en carácter y en designios; era el único ser en todo el universo que podía entrar en todos los consejos y designios de Dios. Fue por intermedio de Cristo por quien el padre efectuó la creación de todos los seres celestiales. "Por el fueron creadas todas las cosas, en los cielos, . . . ora sean tronos, o dominios, o principados, o poderes" Colosenses 1:16.; y todo el cielo rendía homenaje tanto a Cristo como al padre.

Como la ley de amor era el fundamento del gobierno de Dios, la dicha de todos los seres creados dependía de su perfecta armonía con los grandes principios de justicia. Dios quiere que todas sus criaturas le rindan un servicio de amor y un homenaje que provenga de la apreciación inteligente de su carácter. No le agrada la sumisión forzosa, y da a todos libertad para que le sirvan voluntariamente.

Pero hubo un ser que prefirió pervertir esta libertad. El pecado nació en aquel que, después de Cristo, había sido el más honrado por Dios y el más exaltado en honor y en gloria entre los habitantes del cielo. Antes de su caída, Lucifer era el primero de los querubines que cubrían el propiciatorio santo y sin mácula. "Así dice Jehová el señor: ¡tú eres el sello de perfección, lleno de sabiduría, y consumado en hermosura! En el edén, jardín de Dios, estabas; de toda piedra preciosa era tu vestidura." "Eras el querubín ungido que cubrías con tus alas; yo te constituí para esto; en el santo monte de Dios estabas, en medio de las piedras de fuego te paseabas. Perfecto eras en tus caminos desde el día en que fuiste creado, hasta que la iniquidad fue hallada en ti." Ezequiel 28:12-15.

Lucifer habría podido seguir gozando del favor de Dios, amado y honrado por toda la hueste angélica, empleando sus nobles facultades para beneficiar a los demás y para glorificar a su hacedor. Pero el profeta dice: "se te ha engreído el corazón a causa de tu hermosura; has corrompido tu sabiduría con motivo de tu esplendor." (Vers. 17.) poco a poco, Lucifer se abandonó al deseo de la propia exaltación. "Has puesto tu corazón como corazón de Dios." "Tú . . . que dijiste: . . . ¡al cielo subiré; sobre las estrellas de Dios ensalzaré mi trono, y me sentaré en el monte de asamblea; . . . me remontaré sobre las alturas de las nubes; seré semejante al altísimo!" Ezequiel 28:6; Isaías 14:13, 14. En lugar de procurar que Dios fuese objeto principal de los afectos y de la obediencia de sus criaturas, Lucifer se esforzó por granjearse el servicio y el homenaje de ellas. Y, codiciando los honores que el padre infinito había concedido a su hijo, este príncipe de los ángeles aspiraba a un poder que sólo Cristo tenía derecho a ejercer.

El cielo entero se había regocijado en reflejar la gloria del creador y entonar sus alabanzas. Y en tanto que Dios era así honrado, todo era paz y dicha. Pero una nota discordante vino a romper las armonías celestiales. El amor y la exaltación de sí mismo, contrarios al plan del creador, despertaron presentimientos del mal en las mentes de aquellos entre quienes la gloria de Dios lo superaba todo. Los concejos celestiales rogaron a Lucifer. El hijo de Dios le presentó la grandeza, la bondad y la justicia del creador, y la naturaleza sagrada e inmutable de su ley. Dios mismo había establecido el orden del cielo, y Lucifer al apartarse de él, iba a deshonrar a su creador y a atraer la ruina sobre sí mismo. Pero la amonestación dada con un espíritu de amor y misericordia infinitos, sólo despertó espíritu de resistencia. Lucifer dejó prevalecer sus celos y su rivalidad con Cristo, y se volvió aún más obstinado.

El orgullo de su propia gloria le hizo desear la supremacía. Lucifer no apreció como don de su creador los altos honores que Dios le había conferido, y no sintió gratitud alguna. Se glorificaba de su belleza y elevación, y aspiraba a ser igual a Dios. Era amado y reverenciado por la hueste celestial. Los ángeles se deleitaban en ejecutar sus órdenes, y estaba revestido de sabiduría y gloria sobre todos ellos. Sin embargo, el hijo de Dios era el soberano reconocido del cielo, y gozaba de la misma autoridad y poder que el padre. Cristo tomaba parte en todos los consejos de Dios, mientras que a Lucifer no le era permitido entrar así en los designios divinos. Y este ángel poderoso se preguntaba por qué había de tener Cristo la supremacía y recibir más honra que él mismo.

Abandonando el lugar que ocupaba en la presencia inmediata del padre, Lucifer salió a difundir el espíritu de descontento entre los ángeles. Obrando con misterioso sigilo y encubriendo durante algún tiempo sus verdaderos fines bajo una apariencia de respeto hacia Dios, se esforzó en despertar el descontento respecto a las leyes que gobernaban a los seres divinos, insinuando que ellas imponían restricciones innecesarias. Insistía en que siendo dotados de una naturaleza santa, los ángeles debían obedecer los dictados de su propia voluntad. Procuró ganarse la simpatía de ellos haciéndoles creer que Dios había obrado injustamente con él, concediendo a Cristo honor supremo. Dio a entender que al aspirar a mayor poder y honor, no trataba de exaltarse a sí mismo sino de asegurar libertad para todos los habitantes del cielo, a fin de que pudiesen así alcanzar a un nivel superior de existencia.

En su gran misericordia, Dios soportó por largo tiempo a Lucifer. Este no fue expulsado inmediatamente de su elevado puesto, cuando se dejó arrastrar por primera vez por el espíritu de descontento, ni tampoco cuando empezó a presentar sus falsos asertos a los ángeles leales. Fue retenido aún por mucho tiempo en el cielo. Varias y repetidas veces se le ofreció el perdón con tal de que se arrepintiese y se sometiese. Para convencerle de su error se hicieron esfuerzos de que sólo el amor y la sabiduría infinitos eran capaces. Hasta entonces no se había conocido el espíritu de descontento en el cielo. El mismo Lucifer no veía en un principio hasta dónde le llevaría este espíritu; no comprendía la verdadera naturaleza de sus sentimientos. Pero cuando se demostró que su descontento no tenía motivo, Lucifer se convenció de que no tenía razón, que lo que Dios pedía era justo, y que debía reconocerlo ante todo el cielo. De haberlo hecho así, se habría salvado a sí mismo y a muchos ángeles. En ese entonces no había él negado aún toda obediencia a Dios. Aunque había abandonado su puesto de querubín cubridor, habría sido no obstante restablecido en su oficio si, reconociendo la sabiduría del creador, hubiese estado dispuesto a volver a Dios y si se hubiese contentado con ocupar el lugar que le correspondía en el plan de Dios. Pero el orgullo le impidió someterse. Se empeñó en defender su proceder insistiendo en que no necesitaba arrepentirse, y se entregó de lleno al gran conflicto con su hacedor.

Desde entonces dedicó todo el poder de su gran inteligencia a la tarea de engañar, para asegurarse la simpatía de los ángeles que habían estado bajo sus órdenes. Hasta el hecho de que Cristo le había prevenido y aconsejado fue desnaturalizado para servir a sus pérfidos designios. A los que estaban más estrechamente ligados a el por el amor y la confianza, Satanás les hizo creer que había sido mal juzgado, que no se había respetado su posición y que se le quería coartar la libertad. Después de haber así desnaturalizado las palabras de Cristo, pasó a prevaricar y a mentir descaradamente, acusando al hijo de Dios de querer humillarlo ante los habitantes del cielo. Además trató de crear una situación falsa entre sí mismo y los ángeles aún leales. Todos aquellos a quienes no pudo sobornar y atraer completamente a su lado, los acusó de indiferencia respecto a los intereses de los seres celestiales. Acusó a los que permanecían fieles a Dios, de aquello mismo que estaba haciendo. Y para sostener contra Dios la acusación de injusticia para con él, recurrió a una falsa presentación de las palabras y de los actos del creador. Su política consistía en confundir a los ángeles con argumentos sutiles acerca de los designios de Dios. Todo lo sencillo lo envolvía en misterio, y valiéndose de artera perversión, hacía nacer dudas respecto a las declaraciones más terminantes de Jehová. Su posición elevada y su estrecha relación con la administración divina, daban mayor fuerza a sus representaciones, y muchos ángeles fueron inducidos a unirse con él en su rebelión contra la autoridad celestial.

Dios permitió en su sabiduría que Satanás prosiguiese su obra hasta que el espíritu de desafecto se convirtiese en activa rebeldía. Era necesario que sus planes se desarrollaran por completo para que su naturaleza y sus tendencias quedaran a la vista de todos. Lucifer, como querubín ungido, había sido grandemente exaltado; era muy amado de los seres celestiales y ejercía poderosa influencia sobre ellos. El gobierno de Dios no incluía sólo a los habitantes del cielo sino también a los de todos los mundos que el había creado; y Satanás pensó que si podía arrastrar a los ángeles del cielo en su rebeldía, podría también arrastrar a los habitantes de los demás mundos. Había presentado arteramente su manera de ver la cuestión, valiéndose de sofismas y fraude para conseguir sus fines. Tenía gran poder para engañar, y al usar su disfraz de mentira había obtenido una ventaja. Ni aun los ángeles leales podían discernir plenamente su carácter ni ver adónde conducía su obra.

Satanás había sido tan altamente honrado, y todos sus actos estaban tan revestidos de misterio, que era difícil revelar a los ángeles la verdadera naturaleza de su obra. Antes de su completo desarrollo, el pecado no podía aparecer como el mal que era en realidad. Hasta entonces no había existido en el universo de Dios, y los seres santos no tenían idea de su naturaleza y malignidad. No podían ni entrever las terribles consecuencias que resultarían de poner a un lado la ley de Dios. Al principio, Satanás había ocultado su obra bajo una astuta profesión de lealtad para con Dios. Aseveraba que se desvelaba por honrar a Dios, afianzar su gobierno y asegurar el bien de todos los habitantes del cielo. Mientras difundía el descontento entre los ángeles que estaban bajo sus órdenes, aparentaba hacer cuanto le era posible por que desapareciera ese mismo descontento. Sostenía que los cambios que reclamaba en el orden y en las leyes del gobierno de Dios eran necesarios para conservar la armonía en el cielo.

En su trato con el pecado, Dios no podía sino obrar con justicia y verdad. Satanás podía hacer uso de armas de las cuales Dios no podía valerse: la lisonja y el engaño. Satanás había tratado de falsificar la palabra de Dios y había representado de un modo falso su plan de gobierno ante los ángeles, sosteniendo que Dios no era justo al imponer leyes y reglas a los habitantes del cielo; que al exigir de sus criaturas sumisión y obediencia, sólo estaba buscando su propia gloria. Por eso debía ser puesto de manifiesto ante los habitantes del cielo y ante los de todos los mundos, que el gobierno de Dios era justo y su ley perfecta. Satanás había dado a entender que él mismo trataba de promover el bien del universo. Todos debían llegar a comprender el verdadero carácter del usurpador y el propósito que le animaba. Había que dejarle tiempo para que se diera a conocer por sus actos de maldad.

Satanás achacaba a la ley y al gobierno de Dios la discordia que su propia conducta había introducido en el cielo. Declaraba que todo el mal provenía de la administración divina. Aseveraba que lo que él mismo quería era perfeccionar los estatutos de Jehová. Era pues necesario que diera a conocer la naturaleza de sus pretensiones y los resultados de los cambios que él proponía introducir en la ley divina. Su propia obra debía condenarle. Satanás había declarado desde un principio que no estaba en rebelión. El universo entero debía ver al seductor desenmascarado.

Aun cuando quedó resuelto que Satanás no podría permanecer por más tiempo en el cielo, la sabiduría infinita no le destruyó. En vista de que sólo un servicio de amor puede ser aceptable a Dios, la sumisión de sus criaturas debe proceder de una convicción de su justicia y benevolencia. Los habitantes del cielo y de los demás mundos, no estando preparados para comprender la naturaleza ni las consecuencias del pecado, no podrían haber reconocido la justicia y misericordia de Dios en la destrucción de Satanás. De haber sido éste aniquilado inmediatamente, aquéllos habrían servido a Dios por miedo más bien que por amor. La influencia del seductor no habría quedado destruida del todo, ni el espíritu de rebelión habría sido extirpado por completo. Para bien del universo entero a través de las edades sin fin, era preciso dejar que el mal llegase a su madurez, y que Satanás desarrollase más completamente sus principios, a fin de que todos los seres creados reconociesen el verdadero carácter de los cargos que arrojara él contra el gobierno divino y a fin de que quedaran para siempre incontrovertibles la justicia y la misericordia de Dios, así como el carácter inmutable de su ley.

La rebeldía de Satanás, cual testimonio perpetuo de la naturaleza y de los resultados terribles del pecado, debía servir de lección al universo en todo el curso de las edades futuras. La obra del gobierno de Satanás, sus efectos sobre los hombres y los ángeles, harían patentes los resultados del desprecio de la autoridad divina. Demostrarían que de la existencia del gobierno de Dios y de su ley depende el bienestar de todas las criaturas que el ha formado. De este modo la historia del terrible experimento de la rebeldía, sería para todos los seres santos una salvaguardia eterna destinada a precaverlos contra todo engaño respecto a la índole de la transgresión, y a guardarlos de cometer pecado y de sufrir el castigo consiguiente.

El gran usurpador siguió justificándose hasta el fin mismo de la controversia en el cielo. Cuando se dio a saber que, con todos sus secuaces, iba a ser expulsado de las moradas de la dicha, el jefe rebelde declaró audazmente su desprecio de la ley del creador. Reiteró su aserto de que los ángeles no necesitaban sujeción, sino que debía dejárseles seguir su propia voluntad, que los dirigiría siempre bien. Denunció los estatutos divinos como restricción de su libertad y declaró que el objeto que él perseguía era asegurar la abolición de la ley para que, libres de esta traba, las huestes del cielo pudiesen alcanzar un grado de existencia más elevado y glorioso.

De común acuerdo Satanás y su hueste culparon a Cristo de su rebelión, declarando que si no hubiesen sido censurados, no se habrían rebelado. Así obstinados y arrogantes en su deslealtad, vanamente empeñados en trastornar el gobierno de Dios, al mismo tiempo que en son de blasfemia decían ser ellos mismos víctimas inocentes de un poder opresivo, el gran rebelde y todos sus secuaces fueron al fin echados del cielo.

El mismo espíritu que fomentara la rebelión en el cielo, continúa inspirándola en la tierra. Satanás ha seguido con los hombres la misma política que siguiera con los ángeles. Su espíritu impera ahora en los hijos de desobediencia. Como él, tratan éstos de romper el freno de la ley de Dios, y prometen a los hombres la libertad mediante la transgresión de los preceptos de aquélla. La reprensión del pecado despierta aún el espíritu de odio y resistencia. Cuando los mensajeros que Dios envía para amonestar tocan a la conciencia, Satanás induce a los hombres a que se justifiquen y a que busquen la simpatía de otros en su camino de pecado. En lugar de enmendar sus errores, despiertan la indignación contra el que los reprende, como si éste fuera la única causa de la dificultad. Desde los días del justo Abel hasta los nuestros, tal ha sido el espíritu que se ha manifestado contra quienes osaron condenar el pecado.

Mediante la misma falsa representación del carácter de Dios que empleó en el cielo, para hacerle parecer severo y tiránico, Satanás indujo al hombre a pecar. Y logrado esto, declaró que las restricciones injustas de Dios habían sido causa de la caída del hombre, como lo habían sido de su propia rebeldía.

Pero el mismo Dios eterno da a conocer así su carácter: "¡Jehová, Jehová, Dios compasivo y clemente, lento en iras y grande en misericordia y en fidelidad; que usa de misericordia hasta la milésima generación; que perdona la iniquidad, la transgresión y el pecado, pero que de ningún modo tendrá por inocente al rebelde!" Éxodo 34:6, 7.

Al echar a Satanás del cielo, Dios hizo patente su justicia y mantuvo el honor de su trono. Pero cuando el hombre pecó cediendo a las seducciones del espíritu apóstata, Dios dio una prueba de su amor, consintiendo en que su hijo unigénito muriese por la raza caída. El carácter de Dios se pone de manifiesto en el sacrificio expiatorio de Cristo. El poderoso argumento de la cruz demuestra a todo el universo que el gobierno de Dios no era de ninguna manera responsable del camino de pecado que Lucifer había escogido.

El carácter del gran engañador se mostró tal cual era en la lucha entre Cristo y Satanás, durante el ministerio terrenal del salvador. Nada habría podido desarraigar tan completamente las simpatías que los ángeles celestiales y todo el universo leal pudieran sentir hacia Satanás, como su guerra cruel contra el redentor del mundo. Su petición atrevida y blasfema de que Cristo le rindiese homenaje, su orgullosa presunción que le hizo transportarlo a la cúspide del monte y a las almenas del templo, la intención malévola que mostró al instarle a que se arrojara de aquella vertiginosa altura, la inquina implacable con la cual persiguió al salvador por todas partes, e inspiró a los corazones de los sacerdotes y del pueblo a que rechazaran su amor y a que gritaran al fin: "¡crucifícale! ¡Crucifícale!" - todo esto despertó el asombro y la indignación del universo.

Fue Satanás el que impulsó al mundo a rechazar a Cristo. El príncipe del mal hizo cuanto pudo y empleó toda su astucia para matar a Jesús, pues vio que la misericordia y el amor del Salvador, su compasión y su tierna piedad estaban representando ante el mundo el carácter de Dios. Satanás disputó todos los asertos del hijo de Dios, y empleó a los hombres como agentes suyos para llenar la vida del Salvador de sufrimientos y penas. Los sofismas y las mentiras por medio de los cuales procuró obstaculizar la obra de Jesús, el odio manifestado por los hijos de rebelión, sus acusaciones crueles contra aquel cuya vida se rigió por una bondad sin precedente, todo ello provenía de un sentimiento de venganza profundamente arraigado. Los fuegos concentrados de la envidia y de la malicia, del odio y de la venganza, estallaron en el calvario contra el hijo de Dios, mientras el cielo miraba con silencioso horror.

Consumado ya el gran sacrificio, Cristo subió al cielo, rehusando la adoración de los ángeles, mientras no hubiese presentado la petición: "Padre, aquellos que me has dado, quiero que donde yo estoy, ellos estén también conmigo." Juan 17:24. Entonces, con amor y poder indecibles, el Padre respondió desde su trono: "adórenle todos los ángeles de Dios." Hebreos 1:6. No había ni una mancha en Jesús. Acabada su humillación, cumplido su sacrificio, le fue dado un nombre que está por encima de todo otro nombre.

Entonces fue cuando la culpabilidad de Satanás se destacó en toda su desnudez. Había dado a conocer su verdadero carácter de mentiroso y asesino. Se echó de ver que el mismo espíritu con el cual el gobernaba a los hijos de los hombres que estaban bajo su poder, lo habría manifestado en el cielo si hubiese podido gobernar a los habitantes de éste. Había aseverado que la transgresión de la ley de Dios traería consigo libertad y ensalzamiento; pero lo que trajo en realidad fue servidumbre y degradación.

Los falsos cargos de Satanás contra el carácter del gobierno divino aparecieron en su verdadera luz. El había acusado a Dios de buscar tan sólo su propia exaltación con las exigencias de sumisión y obediencia por parte de sus criaturas, y había declarado que mientras el Creador exigía que todos se negasen a sí mismos El mismo no practicaba la abnegación ni hacía sacrificio alguno. Entonces se vio que para salvar una raza caída y pecadora, el Legislador del universo había hecho el mayor sacrificio que el amor pudiera inspirar, pues "Dios estaba en Cristo reconciliando el mundo a sí." (2 Corintios 5:19.) Vióse además que mientras Lucifer había abierto la puerta al pecado debido a su sed de honores y supremacía, Cristo, para destruir el pecado, se había humillado y hecho obediente hasta la muerte.

Dios habla manifestado cuánto aborrece los principios de rebelión. Todo el cielo vio su justicia revelada, tanto en la condenación de Satanás como en la redención del hombre. Lucifer había declarado que si la ley de Dios era inmutable y su penalidad irremisible, todo transgresor debía ser excluido para siempre de la gracia del Creador. El había sostenido que la raza pecaminosa se encontraba fuera del alcance de la redención, y era por consiguiente presa legítima suya. Pero la muerte de Cristo fue un argumento irrefutable en favor del hombre. La penalidad de la ley caía sobre él que era igual a Dios, y el hombre quedaba libre de aceptar la justicia de Dios y de triunfar del poder de Satanás mediante una vida de arrepentimiento y humillación, como el Hijo de Dios había triunfado. Así Dios es justo, al mismo tiempo que justifica a todos los que creen en Jesús.

Pero no fue tan sólo para realizar la redención del hombre para lo que Cristo vino a la tierra a sufrir y morir. Vino para engrandecer la ley y hacerla honorable. Ni fue tan sólo para que los habitantes de este mundo respetasen la ley cual debía ser respetada, sino también para demostrar a todos los mundos del universo que la ley de Dios es inmutable. Si las exigencias de ella hubiesen podido descartarse, el Hijo de Dios no habría necesitado dar su vida para expiar la transgresión de ella. La muerte de Cristo prueba que la ley es inmutable. Y el sacrificio al cual el amor infinito impelió al Padre y al Hijo a fin de que los pecadores pudiesen ser redimidos, demuestra a todo el universo - y nada que fuese inferior a este plan habría bastado para demostrarlo - que la justicia y la misericordia son el fundamento de la ley y del gobierno de Dios.

En la ejecución final del juicio se verá que no existe causa para el pecado. Cuando el Juez de toda la tierra pregunte a Satanás: "¿Por qué te rebelaste contra Mí y arrebataste súbditos de mi reino?" el autor del mal no podrá ofrecer excusa alguna. Toda boca permanecerá cerrada, todas las huestes rebeldes que darán mudas.

Mientras la cruz del Calvario proclama el carácter inmutable de la ley, declara al universo que la paga del pecado es muerte. El grito agonizante del Salvador: "Consumado es," fue el toque de agonía para Satanás. Fue entonces cuando quedó zanjado el gran conflicto que había durado tanto tiempo y asegurada la extirpación final del mal. El Hijo de Dios atravesó los umbrales de la tumba, "para destruir por la muerte al que tenía el imperio de la muerte, es a saber, al diablo." (Hebreos 2:14.) El deseo que Lucifer tenía de exaltarse a sí mismo le había hecho decir:

"¡Sobre las estrellas de Dios ensalzaré mi trono, . . . seré semejante al Altísimo!" Dios declara: "Te torno en ceniza sobre la tierra, . . . y no existirás más para siempre." (Isaías 14:13, 14; Ezequiel 28:18, 19.) Eso será cuando venga "el día ardiente como un horno; y todos los soberbios, y todos los que hacen maldad, serán estopa; y aquel día que vendrá, los abrasará, ha dicho Jehová de los ejércitos, el cual no les dejará ni raíz ni rama." (Malaquías 4: l.)

Todo el universo habrá visto la naturaleza y los resultados del pecado. Y su destrucción completa que en un principio hubiese atemorizado a los ángeles y deshonrado a Dios, justificará entonces el amor de Dios y establecerá su gloria ante un universo de seres que se deleitarán en hacer su voluntad y en cuyos corazones se encontrará su ley. Nunca más se manifestará el mal. La Palabra de Dios dice: "No se levantará la aflicción segunda vez." (Nahum .1:9.) La ley de Dios que Satanás vituperó como yugo de servidumbre, será honrada como ley de libertad. Después de haber pasado por tal prueba y experiencia, la creación no se desviará jamás de la sumisión a Aquel que se dio a conocer en sus obras como Dios de amor insondable y sabiduría infinita.

(Tomado de el Libro "La Gran Controversia" por: E. G. White)

viernes, 7 de octubre de 2011

EL MAL


Igual que sucede con otros conceptos primarios, la mejor manera de definir el mal es a partir de su contexto, y por configuración. El mal es el antónimo del “bien”:  aquello que nadie “quiere que le suceda” a las personas que ama; lo que la gente piensa que “no deben hacer”; la causa del temor, la vergüenza, el remordimiento y la indignación. Gottfried von Leibniz (1646-1716) distinguía entre el mal físico (principalmente el dolor), el moral (actos que conllevan culpa) y el metafísico (las imperfecciones de los seres finitos). Sin embargo, la distinción entre el “mal hecho” (malignidad) y el “mal soportado” (ofensas) parece ser más básica y controvertida.

El tópico del mal constituye un campo fértil para el simbolismo. “El mal” evoca imágenes de oscuridad, enfermedad y destrucción, y también pérdida de sentido, tergiversaciones, impureza fracaso y conflicto.las connotaciones negativas son evidentes, y el uso del lenguaje las confirma: los prefijos a- (p.ej., amoral), des- (p.ej., desagradable), e in- (p.ej., inhumano), dan testimonio de que el mal se define en referencia al bien, considerándolo la ausencia del mismo. Sin embargo, también es un concepto positivo, no en el sentido de valor, sino en el de la realidad efectiva. Los prefijos mal- (malinterpretar) y dis- (disfunción) indican tanto la “realidad” como la “negatividad” que la afecta, e incluso la realidad de la propia afección, un factor que produce resultados; las metáforas de la desfiguración y la perversión están muy cerca a este concepto.

En este sentido el lenguaje bíblico difiere del nuestro. Las connotaciones negativas son evidentes (cp. Is. 41:29; Zac. 10:2 y las palabras con la a- privativa en el NT, p.ej., anomia, “ausencia de ley”, cf 1ª. Juan 3:4). Aparte de esto, la realidad del mal también se expresa claramente; el mejor ejemplo de esto es el enorme espacio que ocupa este tema en la Palabra. La Biblia denuncia constantemente el mal, y manifiesta su aborrecimiento por el mismo: “aborreced lo malo” (cp. Ro. 12:9), y jamás admite que se confunda con su antítesis: “¡ay de los que a lo malo dicen bueno, y a lo bueno dicen malo!” (Is. 5:20). La historia bíblica gira en torno al hecho del pecado, comenzando en el Edén. Las Escrituras también nos revelan progresivamente la actividad de los “espíritus malignos” o “poderes” entregados a la maldad; su líder merece el título de “el maligno” y el nombre de Belial (en el AT, indignidad). En relación con estos espíritus el énfasis recae en el mal moral; Satanás es “el acusador” (Ap. 12:10) y “el tentador” (Mt 4:3).

La angustia humana pregunta cuál es el origen del mal. La experiencia de los acontecimientos horribles se manifiesta en las preguntas: “¿De dónde viene?” y “¿Por qué?”. Sin embargo, Agustín insistía en que hay otra pregunta más importante: “Cuando alguien pregunta de donde proviene el mal, primero debe preguntarse qué es” (la naturaleza del bien, IV.4). En realidad, ambas preguntas son interdependientes.

¿Qué es el mal?
La gama de respuestas para esta pregunta abarcan desde “una mera ilusión” hasta la “realidad última”.

Los sistemas monisticos, en su pasión místico-especulativa por el puramente Uno, tienden a difuminar la realidad del mal. Esto es lo que sucede en la India, pero Albert Shweitzer (1875 – 1965) demostró que, incluso allí, los pensadores éticos resistieron esta tendencia Indian Tought and its Development, El pensamiento indio y su desarrollo, 1935; ET, 1936). Spinoza (1632-1677) reduce el mal a un estado subjetivo, evidenciando un sentido moderno del tema. El estoicismo enfatiza la valoración: apreciar los males como los bienes; su motivación es moral, la adherencia al logos divino en todas las cosas, lo cual requiere un hercúleo dominio de uno mismo.

El neoplatonismo incorporó elementos estoicos, pero, después de Platón, relacionó el mal con el principio metafísico de la materia. Este dualismo mitigado y asimétrico es frecuente. Muchos griegos interpretaban la materia como un no ser relativo (me on). Resulta, pues, fácil la transición hacia el mal como la privación del bien, el concepto clave en la teoría agustiniana. Los modernos (influyentes teólogos liberales) reinterpretaban la materia dentro del esquema evolutivo: vestigia, inertia. Las consecuencias éticas son: el platonismo conduce al menosprecio de la vida física, a la severidad del deseo y la posesión; el evolucionismo excusa los rastros de la tendencia animal, y condena todo aquello que obstaculice el progreso.

Hasta el dualismo zoroástrico-maniqueo se queda corto respecto a la simetría perfecta: el mal, una sustancia eterna igual que el bien, será desbancado. Pero la pregunta no respondida es “¿Cómo?” el pesimismo es más infrecuente: la “Voluntad” maligna de Schopenhauer como esencia del universo; Albert Camus (1913-1960) y Jean Paul Sartre negaron toda coherencia o significado, ¡aunque no vivieron de acuerdo con sus postulados! A pesar de todo, sigue viva la trágica sospecha de que la malevolencia empapa la esencia de todas las cosas.

La comprensión bíblica del mal no encaja en este espectro. El mal no es un primer principio o sustancia. Incluso el maligno y su ejército cayeron desde un estado de justicia anterior (cp. Jud 6). Dios es la bondad absoluta (cp. 1 Jn 1:5). Sin embargo, el mal es un terrible enemigo, una abominable corrupción del bien. Nace del pecado, del mal uso de la libertad y de la transgresión de la ley divina (anomia, 1 Jn 3:4). El mal está incluido en la voluntad de Dios, su decreto (porque si no, no sucedería), pero se opone a la voluntad divina del precepto y el deseo.

¿De dónde procede y por qué?
Aunque las posturas más extremas suprimen esta pregunta, el dualismo moderado (neoplatónico, hegeliano) explica el mal como localmente negativo pero globalmente útil: es una disonancia que contribuye a la armonía total. El dualismo más concentrado parece tomarse en serio su malignidad, pero consolida el mal como pareja metafísica del bien. Ambos evitan la indignación en cualquier momento dado, hacen que la culpa sea insignificante y confrontan a Dios con una necesidad que es independiente de Él. Pese a todo, la tradición agustiniana-tomista y la teología hegeliana (con la que se ha comparado a Barth), acomodan unos pensamientos similares al cristianismo: el mal, como el precio del rescate de la redención, capacita a la persona para exclamar “¡felix culpa!”.

Muchos abogan por “la defensa del libre albedrío”. Dios no podía crear una criatura libre sin correr el riesgo de que ésta le desobedeciera. El mal como posibilidad constitutiva de la libertad, es por tanto el precio de ese bien más elevado.

Las escrituras incriminan la libertad: la Caída, siendo histórica, como entendía Paul Ricoeur (1913-), descarta un origen metafísico del mal. Pero, ¿es esta una respuesta definitiva? Si Dios gobierna las elecciones humanas (p.ej. Pr. 21:1) ¿Porqué permitió la caída? La solución del “libre albedrío” también impone a Dios una necesidad (es decir Dios no pudo evitarla), enraizando en cierto modo el mal en la creación.

Job y Pablo (cp. Ro. 9:15ss.) nos llaman a aceptar por la fe este enigma, creyendo firmemente en las verdades reveladas de la bondad perfecta de Dios, su completa soberanía, y la maldad radical del mal. Por lógica no podemos armonizar el mal, ese factor ajeno, inexcusable, con la obra de Dios.

La incapacidad de comprender conlleva la obligación de combatir. Su cara opuesta es la esperanza: solo el Dios soberano, que aborrece el mal, nos garantiza el fin del mal (Ap. 21:4, 8), por medio de la obra redentora de su hijo (1 Cor. 15:24-28; Col. 2:15).

(Tomado de Ética Cristiana y Teología Pastoral / Editorial Clie / Publicaciones Andamio)